
Todavía jugaba en PC. Mi viejo Athlon 64 3200+ -guerrero veterano de mil batallas- ya pedía una jubilación anticipada. Pero tenía un último as en la manga. Corría 2006 y el juego que pondría a prueba su dignidad de silicio era un RPG basado en una fantasía medieval de inspiración europea, clásica hasta los huesos, pero que se veía y jugaba como el futuro: The Elder Scrolls IV: Oblivion. Lo disfruté muchísimo.
Recuerdo los atardeceres sobre los bosques de Cyrodiil, el asombro ante el primer portal daédrico, el murmullo de las ciudades amuralladas. Pero también recuerdo los tironeos, los parpadeos gráficos, las pantallas de carga que se volvían eternas. Oblivion me dio todo y al mismo tiempo me mostró los límites de mi máquina. Sería, sin saberlo, el canto del cisne de mi PC gamer: un presagio silencioso de mi regreso inevitable al ecosistema consolero, porque ese mismo juego corría mejor en una Xbox 360 que en la que sería mi última compu de escritorio.
Volver a Cyrodiil en 2025 no es solo un regreso lúdico. Es una experiencia arqueológica, un ajuste de cuentas, un experimento técnico y emocional. Bethesda lanza esta remasterización sabiendo que se trata de un juego absolutamente legendario y, al mismo tiempo, el aperitivo del esperadísimo Elder Scrolls VI.
¿Qué se conserva y qué se pierde en este revival? ¿Sigue siendo Oblivion el juego de transición que redefinió al RPG moderno, o ahora es apenas un museo interactivo para millennials nostálgicos?
Este no es un análisis objetivo -si es que eso existe-, sino la crónica personal de un reencuentro. Entre glitches renovados, diálogos de cartón piedra, ruinas élficas y cielos imposibles, me pregunto: ¿qué hace uno cuando un viejo mundo vuelve a abrir sus puertas y nos enfrentamos a la imagen que teníamos de él y a los recuerdos que dejó en nosotros?
Lanzado en marzo de 2006, Oblivion fue, en muchos sentidos, el juego que modernizó a Bethesda. Tomaba parte de la libertad del inteligentísimo Morrowind, pero le sumaba un mundo más “legible”, gráficos deslumbrantes para la época, voces, un sistema de física (basado en Havok) que permitía mover casi cada objeto del entorno y una IA de NPCs revolucionaria (Radiant AI) que prometía vida autónoma en cada pueblo.
No había ironía, no había cinismo. Todo era solemne, grandilocuente, intensamente literal. Y funcionaba, porque nos dejábamos sumergir en esa propuesta tan inmersiva.
Skyrim vendría en 2011 a perfeccionar la fórmula y a canibalizarla, a romper récords y convertirse en el hijo pródigo de Bethesda. El norte gélido y lleno de dragones y gritos se volvería meme, canción, cara de la franquicia. Oblivion, en cambio, quedó atrapado en un limbo: ni la aridez críptica de Morrowind, ni la masividad pop de Skyrim. Un juego de frontera, con ambiciones técnicas enormes y un alma medio naíf, que ahora regresa para reclamar su lugar en la historia.
Visualmente, Oblivion: Remastered no es un remake… pero casi. No es Demon’s Souls, no es RE4. Pero es más que una lavada de cara respetuosa y funcional: aunque el esqueleto del viejo juego sigue en los cimientos, las texturas fueron mejoradas, la iluminación ahora ofrece sombras más suaves y realistas, los modelos han sido rediseñados o, como mínimo, ligeramente pulidos (aunque los ojos de algunos NPCs siguen teniendo esa inquietante vibra de maniquí renacentista), y la interfaz recibió un tratamiento más limpio y moderno.
Corre a 60 fps sólidos en Xbox Serie X, con tiempos de carga mínimos (no todo tiempo pasado fue mejor) y un HDR que permite contrastes increíbles entre prados verdísimos y portales infernales. Algunos bugs clásicos persisten, pero el rendimiento es más que aceptable. Un ojo poco atento podría pensar que es un juego actual. En 2006... ¿imaginábamos que el juego se veía así? ¿O nos acostumbramos a nuevos estándares? Si hablamos de videojuegos, veinte años es un montón.
No hay rediseño profundo, y esto es deliberado: los responsables de esta nueva versión querían que se juegue lo más parecido posible a como era hace casi dos décadas. No hay sistemas reinventados. No hay narrativas ampliadas. Es, con todas las letras, Oblivion tal como lo conocimos… solo que corriendo bajo Unreal Engine 5 (lo que, claro, nos deja varias incógnitas sobre el motor de los juegos de Bethesda post-Starfield), mejor iluminado y más fluido. Y eso abre una pregunta incómoda: ¿a quién está dirigida esta cirugía estética? ¿Al nuevo jugador, intrigado por las anécdotas que algún tío gamer le contó sobre aquel juego imperdible con nombre de cuento de Borges, o al que necesita que su recuerdo funcione en 4K?
El sistema de progresión de Oblivion -subís habilidades por usarlas- sigue siendo una espada de doble filo: es coherente, pero requiere planificación si no querés “romper” tu personaje. El combate cuerpo a cuerpo se siente tosco, como siempre (nunca fue lo mejor de la franquicia, ni siquiera en Skyrim), aunque aún transmite cierta brutalidad arcaica. El sigilo es sencillo pero disfrutable, y la magia, aunque menos sofisticada que en Morrowind, permite construir personajes flexibles.
Nuestro pasaje por los distintos gremios y facciones siguen siendo joyas narrativas. La Hermandad Oscura, en particular, brilla con misiones que rozan lo teatral. Hay encargos que deberían enseñarse como clases magistrales de diseño lúdico y narrativo.
Yo, al tener menos tiempo libre que nunca, bajé la dificultad y me llevé a medio mundo puesto, pero se puede ajustar tanto como queramos.
Además del juego base, esta remasterización incluye las dos expansiones originales: Knights of the Nine y Shivering Isles. La primera es una campaña más breve y caballeresca, con ecos de cruzada y redención; la segunda, en cambio, es una obra maestra del delirio, donde la lógica se disuelve bajo la voluntad del príncipe daédrico Sheogorath. Shivering Isles sigue siendo, a día de hoy, una de las expansiones más creativas y arriesgadas que se hayan hecho en un RPG occidental: paisajes imposibles, habitantes perturbados, decisiones morales retorcidas y una atmósfera inolvidable. Volver ahí, ahora con texturas renovadas y mejor iluminación, es una experiencia fascinante.
Volver a Oblivion es asomarse a un espejo viejo. Cyrodiil es un imperio en crisis, que aún cree en su gloria pasada. El heredero ha muerto, los portales al infierno se abren, y los ciudadanos siguen su rutina como si nada pasara. Hoy, en medio de una industria dominada por juegos como servicio, microtransacciones, refritos descarado y discursos post-irónicos, Cyrodiil resiste como un vestigio de una época que no sabía que iba a terminar.
Esta remasterización no es para cualquiera; es un ritual para iniciados, un puente entre generaciones de jugadores. Quien venga buscando la velocidad narrativa de The Witcher 3 o la elegancia de Elden Ring, se frustrará. Oblivion exige paciencia, tolerancia a lo rudimentario, cariño por lo imperfecto.
Pero también da algo que casi ningún juego actual ofrece: libertad con textura. Rutas múltiples. Mecánicas por descubrir. Espacios vacíos que no están vacíos, sino en silencio.
En un mundo donde los remakes son a veces gestos cínicos, este Remastered es honesto: no oculta algunas de sus costuras originales. No promete más de lo que ofrece: es más, podrían haberle dado un marketing más potente (lamentablemente, quedó algo opacado por la sorpresa de la semana, el extraordinario Expedition 33). Y por eso, paradójicamente, conmueve más.
Casi veinte años después, volví. Y me quedé, pensando en cómo veía el mundo en aquel entonces, y cuánto cambió. Como dijo el ya citado don Borges:
“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.
- Desarrolladora: Bethesda Game Studios / Virtuos
- Publicadora: Bethesda Softworks
- Lanzamiento: 22 de Abril de 2025
- Plataformas: Xbox Series X|S, PC, PlayStation 5
*Código de review proporcionado por Bethesda*